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I,II,III

2019

I

La Pintura es un ser que llegó y me cambió, me hizo desaprender. Me recuerda a mi cuando niño.

Me es difícil encontrar las palabras. Nunca he sabido cuáles son las palabras correctas, si es que las hay.

Siempre he tenido una fascinación con las imágenes y las representaciones. Cuando tenía más o menos cuatro años me subía a la cama de mi abuelo, entre los árboles y la niebla del páramo. En el piso de madera ponía tres o cuatro libros a la vez para verlos y examinarlos desde arriba. Me hipnotizaban las imágenes, me ponían en trance. Me gustaba quedarme horas viendo las páginas que escondían ilustraciones y pinturas de paisajes, plantas animales y personas. Cada una de esas imágenes me absorbía. Me llevaba entre sus lineas y sus manchas a la entraña del mas mínimo detalle. Mientras tanto las letras se desdibujaban lentamente. Cuando ya había pasado por cada una de las imágenes, me bajaba de la cama, pasaba las páginas casi blancas hasta que apareciera la siguiente imagen y me volvía a subir para curiosear los portales que se presentaban ante mis ojos.

No creo haber leído mucho más que las portadas.

Cuando me sentaba a jugar con mis juguetes, los acomodaba en distintas posiciones o los sostenía en mis manos y me quedaba quieto mirándolos fijamente. De repente nuevos mundos y situaciones se abrían. El sofá se convertía en un precipicio, los cojines se volvían selvas y los árboles, montañas. El vacío mutaba, transformándose en escenarios inciertos y tierras lejanas.

La creación imparable de lugares remotos reaparecía cuando iba con mi hermano al páramo del
abuelo. Nuestro juego favorito era adentrarnos entre los pastizales, subir por el páramo, atravesar las quebradas rodeadas de musgos brillantes , escondernos entre los helechos y perdernos entre la neblina. Encontrar los frailejones hasta llegar al abismo de la montaña, el final del camino. Era vivir en carne propia la apertura de los portales a santuarios del universo. Las experiencias eran tan fuertes que se volvían casi que alucinaciones, como si una fuerza mística se apoderara de mí. Me desconectaba de este mundo terrenal y empezaba la magia. Repentinamente todo dejaba de ser tan claro.

Con mis papás pintamos el cuarto como si fuera la playa. La pared de adelante era el fondo del mar, azul profundo plagado de peces, tiburones y pulpos. Al lado, la playa amarilla con vista al jardín. Al otro lado, la cama de mi hermano con un par de palmeras y un árbol del que colgaba un panal de avispas. Atrás, el arrecife con todo tipo de corales. Encerrado en esas cuatro paredes, recuerdo estar sentado frente a un papel y unos lápices y morir de ganas de poder ver en esta realidad lo que mi cabeza había proyectaba en mis juegos. Empecé entonces a “aprender” a dibujar lo que estaba al alcance de mis ojos. Quería cerrar la distancia entre lo dibujado y lo soñado.

Pasaron los años y desaprendí. Aprendí matemáticas y ciencias; y las selvas y bosques de mis mundos ideales se fueron enterrando al fondo de mi cabeza, tapadas por la rigidez de la educación, por la precisión y la exactitud que tanto caracterizan la vida contemporánea; por la vida de ciudad. Las paredes de mi cuarto se volvieron desabridas y recuperaron su palidez.

Me olvidé del campo, me olvidé del juego: olvidé la razón principal por la cual empecé a hacer imágenes. Me concentré únicamente en dibujar, en dibujar lo real, lo que existía para mis ojos y para los ojos de los demás. Me olvidé de ser niño.

Entré a la universidad, tenía miedo de probar cosas distintas que me sacaran de la seguridad y la rigidez de mis dibujos. Estaba casado con el blanco y el negro. El dibujo se volvió una especie de máscara hacia el mundo exterior. Construí a mi alrededor un sinfín de barreras que me hacían pensar que lo que yo sentía no era importante, que lo que pasaba dentro de mí debía bloquearlo para no incidir en la vida de los demás. Me encerré en una cueva de miedos e inseguridades. Era unapersona completamente gris. Ajustada a la medida del silencio y la indiferencia bogotana. Pero conocí una persona que me sacudió el mundo, emanaba un aura viridiana. Me volcó patas arriba, me sacó de mi cueva. Tenía una visión de la vida y del mundo que yo jamás había concebido. Llevada por los impulsos de la intuición y la naïvité. Un reflejo de mi niño, tal vez. Ella me presentó la pintura, me sumergió en sus olores, en sus texturas, en un sube y baja de emociones jaladas por los pigmentos, por la materia. Viéndolo ahora, tengo la impresión de que lo que sentí al verla pintar es muy parecido a lo que sentía en mi juego de niño. Verla tirando brochazos de colores que nunca antes había visto me enamoró profundamente. Sentí cómo se abría un mundo de infinitas posibilidades ante mí. A decir verdad, ella me cargó de un impulso que me animó a arriesgarme y a pensar “yo tengo que probar eso”. Coloreó mi vida. Me llené de fuerzas para tomarle la mano a la pintura y dejarla que hiciera conmigo lo que le diera la gana, que me levantara la máscara.

Desde ese día un nuevo mundo se ha ido abriendo ante mis ojos.

II

La mayoría de los conocimientos que recibí en mi vida están fundamentados en la ciencia y las matemáticas, en exactitudes y precisiones, en fórmulas. Parece
que eso fuera lo único importante en la vida. Pero la Pintura me hizo entender que al aferrarme a eso solo construí barreras y bloqueos.No existe cosa tal como una fórmula absoluta para la vida. La Pintura me abrió la mente a un sinfín de posibilidades. Se volvió algo así como un reflejo paralelo de la vida, pues en ella caben las precisiones pero también las imprecisiones. Ella está cargada de inexactitudes, de capas de contenidos incalculables. De creaciones aleatorias. De tensiones gramaticales entre gestos y colores. De texturas en las formas y de formas en las texturas. De un diálogo sublime que me cuesta poner en palabras. Me gusta pensar que la Pintura llega a horizontes donde no llega el lenguaje. Yo la considero como un ente creador de conocimientos universales incluso más potente que las palabras. Ella en poco tiempo me ha enseñado más cosas de las que me ha enseñado cualquier libro, cualquier salón o cualquier tablero. De ella he aprendido incluso más que de cualquier maestro. Por la Pintura desaprendí y volví a ver, a escuchar y a sentir. Se convirtió para mí en una forma de entender el universo y de autoconocimiento. Se encargó de recuperar una parte de mí que por años estuvo bloqueada en mi mente. Entró para romper todos los esquemas y las reglas que como edificios se levantaron de forma férrea, rígida e inmutable.

Ahora me es imposible ver la Pintura como una herramienta. La pienso como un ser autónomo. Siento en ella una carga, un bagaje espiritual, una esencia mística y milenaria sin comparación . Algo parecido a una fuerza celestial. La Pintura es vida, la Pintura vive, la Pintura mira, la Pintura habla, la Pintura respira, la Pintura escucha, la Pintura siente.

Poco a poco entró en mi cabeza para invocar a mi niño. Que con el alma de una selva rebelde empezó
a crecer alrededor del contenedor en el que mi mente guarda los saberes científicos. La redención de la naturaleza. Lentamente de la arboleda empezaron a florecer nuevamente mis visiones de niño. Los colores y las manchas me volvieron a transportar a lo que una vez fue mi utopía. La Pintura abrió para mí el túnel del tiempo.

III

Empezó a aparecer la necesidad de irme al campo, el núcleo de mis visiones. Me fui con Viridiana a una casita azul en medio de las montañas. Los edificios se volvieron árboles. La ciudad, un bosque y una tribu de perros. Encontré una cierta calma, una escucha en el silencio. La luz de la oscuridad. Los días se volvieron cortos y las noches, largas. Despertarse entre el rocío y la niebla. Subir a la montaña. Sumergiese en el mundo de la pintura, de los pigmentos. Caminatas nocturnas. Unatertulia de perros. Las baladas de los chivos. Dormir en manos de las llamas.

Con el pasar de los días volvieron a aparecer las visiones. Un color que retumba y revela el paisaje frondoso e insurrecto. Me vi envuelto en una espesa manigua de naturaleza omnívora que guarda en su vientre animales y plantas. Colores, formas y texturas en todas las direcciones. Los fragmentos de mi utopía . Un santuario del universo. Mi juego de niño

P.