La pintura me enseñó a ver, a escuchar y a sentir. Ella me ha acompañado en el intento de entender la realidad en la que existimos y al mismo tiempo entenderme a mí. La siento como un ente autónomo, contenedor y creador de conocimientos infinitos y universales. Ante la presencia ineludible de la pintura, la palabra sobra.
Nos embarcamos en busca de un lugar desconocido, misterioso e inquietante. Un lugar libre y alejado de la contaminación y la discordia de este mundo. Un lugar apenas reconocible, donde la humanidad ha respetado el tiempo del universo, entendiéndose solo como un habitante más de la vastedad y no como dueño y centro de ella. Un lugar imposible.
Juntos abrimos un portal a lo que llamo Tierraleja. Una calma, una escucha en el silencio, la luz de la oscuridad. Un color retumba y revela un paisaje frondoso e insurrecto. Una espesa manigua de naturaleza omnívora que guarda en su vientre animales y plantas. Un santuario del universo.